dijous, 1 de març del 2018

Santiago Rusiñol en la Feria de Bellcaire

«Allí entre lo viejo se encuentra á veces lo antiguo. Y los que sentimos amor por los pobres restos del pasado; los que escuchamos atentos el habla del recuerdo con la fe de la manía; los que buscamos entre aquellos montones algo que nos explique las sensaciones de otros tiempos ¡cuantas sentidas historias hemos podido adivinar en aquél fondo de ruinas!»



Este es un fragmento de "La feria de Bellcaire" de Santiago Rusiñol.  Publicado en castellano por primera vez en la edición del 21 de marzo de 1890 en La Vanguardia.



La feria de Bellcaire fue predecesora del Mercat Dominical de Sant Antoni y del mercado de Encants.

Puestos callejeros en torno al mercado de Sant Antoni, en la calle Comte d’Urgell, en una postal del segundo decenio del siglo XX. [ Frederic Ballell / AFB ]


Posteriormente, en el año 1896, 'La fira de Bellcaire', aparecería en catalán dentro del volumen 'Anant pel Món' publicado por Tipografia de «L'Avenç».  Podéis leer aquella versión en esta entrada de nuestro blog.

Els encants de sant Antoni, Barcelona, 1913.

Os dejamos con la transcripción del artículo 'La Feria del Bellcaire':



La feria de Bellcaire

Se extiende alrededor del mercado de San Antonio, adosadas sus tiendas ambulantes al pié de los grandes muros de hierro; continúa por las anchas y fangosas aceras de la calle de Urgell expuesto el género á la venta sobre el mismo húmedo terreno, y forma al cruce de las Rondas un círculo de barracones compactos y pintorescos debajo de los plátanos, cuyas ramas secas y nudosas se extienden cuajadas de bolas de color terroso, semejando en parejas bandadas de gorriones acurrucados por el frío. Los domingos por la mañana, cuando los tranvías bajan llenos de obreros que de los pueblos del llano acuden á la ciudad para hacer sus compras y solazar su espíritu; cuando el mercado lanza por sus anchurosas puertas la multitud de sirvientas con las cestas repletas como cuernos de la abundancia; cuando las calles, del Hospital y del Carmen son dos ríos de gente que desembocan al pié de la feria, es brillante espectáculo aquel colmenar bajo los rayos de un sol hermoso, el ir y venir y detenerse delante de las improvisadas tiendas cuajadas de desechos arruinados; y forma extraño contrasta ver al pueblo con sus atavíos nuevos, delante de aquellos restos viejos esparcidos por el suelo en incoherente algarabía.

En nada se parece está feria á las que en todos los pueblos se efectúan en sus fiestas mayores. En aquéllas el que acuda para hacer compras va para cumplir un deseo; en ésta, es la necesidad la que llama á los desgraciados; allí van á componerse con lo nuevo, aquí á vestirse con lo viejo; allí van con el deseo de ataviar su cuerpo y aquí con la urgencia de ocultarlo á la intemperie; allí se expenden ilusiones y en esta desengaños. Los tenderos no ponderan con sus gritos su género como en aquellas donde han da luchar con el capricho. Aquí saben de antemano que es la desgracia lo que ha de socorrer su venta, y esperan tendidos y soñolientos á que el infortunio les lance compradores.

No hay que preguntar lo que buscan y desean al acercarse á la tienda: descalzos se presentan si necesitan zapatos; ateridos de frío si les falta un abrigo; descubierta la cabeza si les falta sombrero; y allí, entre lo mucho y malo que el infortunio y la miseria acumula, no escogen lo que más adorna sino lo que más abriga, y encuentran en aquel cementerio de restos inanimados, pobres prendas remendadas para no morir de frío y seguir luchando con la vida.

Allí va á parar lo que el mundo arroja por la ventana por cansancio y por hastío: lo que empeña el hambre en las casas de préstamos; lo qua desborda del lujo y desprecia la opulencia; todas las reliquias que deja sobre la tierra la presencia de la muerte; los recuerdos todos que abandona el tiempo con su quieto olvido se extienden descoloridas sobre aquellas aceras y el sol no obstante, con hermosa inconciencia, ilumina y calienta aquellos fríos despojos y convierte aquel cuadro dé miseria, en brillantísimo escenario de colores, donde la luz del cielo, la vibración del espacio y el aire de la mañana convidan á vivir y á hacer olvidar las penalidades del hombre ante el cuadro seductor da la Naturaleza.

Allí entre lo viejo se encuentra á veces lo antiguo. Y los que sentimos amor por los pobres restos del pasado; los que escuchamos atentos el habla del recuerdo con la fe de la manía; los que buscamos entre aquellos montones algo que nos explique las sensaciones de otros tiempos ¡cuántas sentidas historias hemos podido adivinar en aquél fondo de ruinas!!

Todo recuerda allí algo que fué y que ya no existe; cada fragmento lleva en su mugrienta patina el contacto de una mano cariñosa, el sello de una ilusión, ó el rasguño de un desengaño; el roce de la vida está latente todavía en aquellos míseros despojos tibios aun y palpitantes: en muda y triste quietud guardan profundos secretos de que fueron testigos y parecen avergonzados de verse desnudos y miserables delante dé un cielo azul que las sonríe y bajo la mirada escrutadora de un mundo de curiosos que le contempla impertinentes.

Sobre aquel campo de batalla revuelto y destrozado, al azar se complace en formar dolorosos epigramas y contrastes de ironía. Allí hemos visto, al lado de una cuna caliente todavía de la vida qua ha dejado el nido para volar por la tierra, coronas funerarias de lance que aguardan una tumba para servir de recuerdo; allí al lado de un blanco vestido de novia roído por el tiempo y perdido el color, que fue de rosa un día para la que vistió su inmaculada blancura, instrumentos de cirugía inservibles de puro haber servido y que hacen desfilar por la mente el recuerdo de días de luto y noches en vela pasadas en ansiedad profundas, guardando sus afiladas puntas todavía él hollín del sufrimiento; allí al lado de un traje dé bailarina que guarda el sudor de la juventud, y del vicio, instrumentos de labranza, brillantes los bordes del sudor del trabajo; allí al lado de juguetes arrebatados á los niños por la despiadada muerte y que hacen llorar y reír á la infancia, dentaduras postizas que proclan la vejez y que como artificiales fragmentos de un esqueleto han encontrado su tumba artificial en aquel vasto cementerio.

Allí van á parar las eminencias de un día, los ídolos caídos, las glorias ya marchitas, las coronas de laurel y las condecoraciones arrastradas por la corriente del olvido. Los retratos de artistas y políticos, de sabios y actores, de filósofos y poetas, yacen allí por el suelo en montones de papel rojizo vendidos á dos céntimos la libra para imprimir en su superficie el rostro de otros héroes y de otros ídolos reemplazados en el altar de la moda. El talento de los hombres se calcula allí por el peso de sus libros; las obras de los artistas se estiman por el valor del marco; el ejército por el oro de sus galones; por los pájaros disecados los naturalistas y por el hierro de sus instrumentos los físicos y matemáticos.

Todo, todo yace allí revuelto en tropel confuso, todo duerme allí en el mismo fango, sentimientos y pasiones, vicios y virtudes; solo el recuerdo vive, late y está velando en aquellas pobladas soledades y á cada paso se detiene el pensamiento á meditar el pasado, y á escuchar los lamentos de aquellas pobres reliquias.

Un montón de botellas vacías, nos explican en su mudo lenguaje las ebrias sensaciones y delirios voluptuosos que el jugo de sus entrañas hizo levantar del fondo del espíritu en alegres y lejanas orgias; un sencillo telar de bordados con la labor interrumpida nos inicia en un secreto, la transición quizás que media entre el trabajo abandonado y e1 abandono del cuerpo; como un dominó rosa pálido convertido en modestas cortinas la rehabilitación tal vez de la mujer caída; dos retratos de amarillo Daguerrotipo cobijados en un mismo marco nos dicen que un día se unieron dos almas en el camino del mundo para seguir juntas la peregrinación de la vida; el proyecto de una máquina en miniatura descubre el afán de renombre de un ser ignorado y entre la multitud perdido, como el boceto de un cuadro amarillento el sueño de gloria de un artista.

Centenares más de objetos avivan la curiosidad, motivan al horror ó despiertan la simpatía: largas filas de calzado en las que las medias suelas se han ido sobreponiendo como en la tierra las capas geológicas; jaulas abandonadas de las que los pájaros volaron y, que aguardan en la prisión de sus hierros á otros pobres cautivos; trenzas de lance mustias y marchitas como arrancadas de las paredes de un santuario donde sirvieran de exvoto; el sello de una sociedad de crédito que el descrédito llevó sin duda á la bancarrota echando al par del timbre una multitud de parroquianos á la feria; mil objetos más unidos per la desgracia que formarían inmenso catálogo de dolores humanos; un arpa sin cuerdas; unos gemelos sin cristales; estuches de joyas mostrando en su abierta boca el molde de lo que contuvieron; calendarios de años atrasados, y otros objetos más que no recuerda la memoria y que llevan la amargura al corazón del que quiere revolver el fondo de aquella negra espuma que lanza el mar de la humanidad en los temporales de la vida. Tal es la triste feria. Feria de luto á pesar de celebrarse en días festivos; feria de tarde nublada a pesar del Sol de nuestra tierra que la alumbra; de destierro y abandono, a pesar del bullicio que la envuelve en oleadas de colores. Es la hierba del sabio de Calderón, que escupe la miseria en las grandes ciudades y cuyos míseros despojos sirven de abrigo á otros seres más pobres todavía que acuden á aquel refugio en esfuerzo supremo como quien va á la tierra de promisión de su pobreza, como quien alienta la última esperanza antes que la desesperación se apodere de su alma y entra el desfallecimiento en su ánimo abatido.

Los objetos expuestos á la intemperie esperan su destino pendiente de aquella postrera visita de aquella exhibición ambulante depende el pedregoso camino que han de continuar siguiendo; allí su suerte se regatea hasta el último céntimo, pero la fatalidad está escrita en su patina y sea cual fuera la mano que ayude á levantarlos, no han da formarse ilusiones del porvenir amargo, pues es cosa segura que en el curso de su duración, ya quebrantada, sólo les queda que ver nuevos sin sabores y miserias nuevas; enjugar más lágrimas y oír nuevos lamentos, pasar otra vez más por las casas de préstamos, abrigar cuerpos macilentos y asistir á supremas angustias, para volver al fin, empapados de desinfectantes y con nuevas heridas á mostrar su dolor bajo el Sol radiante en las húmedas aceras de la feria de Bellcaire.

SANTIAGO RUSIÑOL


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